Partida Rol por web

Saga miró a Thaldein de reojo sin hacer mayor esfuerzo por ocultar el gesto. También se detuvo brevemente en Resmit y la forma en que sujetaba a la sureña.

-No tenemos por qué llegar hasta la puerta. Pero si encuentras otro rastro que nos pueda aportar más información, sería una buena alternativa- comentó encogiéndose de hombros. Se acercó al jarl en funciones-. ¿Me permites ver la espada? Las de Thorir resultaron ser bastante peculiares.

Bedelia se irguió ante el contacto, incómoda. No estaba segura de si eso formaba parte de las costumbres del norte o si el hombre era especialmente cercano, y no es que la sureña rechazase el contacto físico, pero consideraba que aquello cruzaba líneas. Disolvió el abrazo de Resmit todo lo educadamente que pudo, pero con firmeza.

-Estoy con ellos, no tenemos por qué llegar hasta el final, pero saber dónde vive eso puede darnos una gran ventaja.

Mientras hablaba, se acercó con una leve cojera hasta Thaldein y Saga, curiosa acerca de la espada pero sin hacer ningún comentario al respecto.

- Entonces estamos todos deacuerdo, sigamos el rastro para ver si averiguamos donde duerme ese monstruo y cuando estemos preparados plantearemos un plan de acción.  Seguir aquí solo conseguirá que se haga de noche y que corramos peligro. 

Ingur se encoge de hombros, decidiendo no insistir. Se permite incluso rescatar su sonrisa burlona, restándole importancia al asunto.

-Vale, os mola el riesgo, eso puedo entenderlo. Tampoco es que yo sea el más cuerdo del corral.

Antes de partís, echáis un breve vistazo a la espada de Drunfo. No parece tener nada de especial, exceptuando claro el hecho de que pese unos cinco kilos y que mida tanto como una persona adulta. El acero parece viejo y mellado, y aunque se conserva en buen estado, es fácil deducir que tiene ya sus años. El pomo y parte del filo está decorado con algunas inscripciones y runas, probablemente talladas por el propio Drunfo, que a ninguno os dicen nada. Sin embargo, los acabados distan años luz de los de las espadas de Thorir, y aunque el arma impresiona, en el fondo no parece más que eso: Un arma más.

Partís sin mayor demora, siguiendo lo poco que queda del rastro. El frío parece volver a redoblar su intensidad, recordándoos vuestra vulnerabilidad, anunciando su presencia con un grito mudo. Como si fuera necesario hacerlo. Los labios se agrietan, las piernas empiezan a quejarse de los cortes a las que las someten los arbustos y zarcillos que se reparten por el suelo de aquel denso bosque. Hasta las pestañas parecen rebelarse contra vosotros, tiznadas de escarcha que nubla vuestras visiones. El norte se une al invierno para recordaros que aquellas tierras no perdonan a los insensatos.

El sol se encuentra ya bajo en el horizonte cuando Thaldein se detiene.

-Esperad. Aquí hay algo.

Se agacha junto a un montículo de nieve, de donde extrae un extraño objeto metálico. Al enseñároslo, os encontráis con dificultades para describirlo en vuestras mentes. Parecen unas gafas, pero están repletas de varillas, engranajes y pequeños espejos en los laterales. Thaldein observa el objeto durante unos segundos, frunciendo el ceño. Luego da unos pasos en dirección a una ladera, y aparta algo de nieve. Parte de un escudo hecho de madera y metal sobresale entre el manto blanco. Thaldein se levanta, y os mira con expresión grave.

-Son las pertenencias de Hadar.

Observo Thaldein para ver a donde se dirige, saco la maza de mi cinturón y vigilo los alrededores por si algo se acercase y poder cubrirle la espalda. Adopta una posición de combate ligeramente agachado y con la mano izquierda al frente mientras que con la derecha sostengo mi arma con fuerza para que el frío no haga mella en mis manos. 

Es entonces cuando veo el artilugio acristalado. - ¿Que demonios es eso...?

Cuando empieza a escarbar entre la nieve y muestra el escudo por algún motivo me resulta familiar, pero no consigo verlo bien del todo ya que me centro más en los alrededores.

Hadar... la última vez que lo vi se dirigía a donde nos ataco el monstruo en mitad de la oscuridad la noche del incendio. Maldito Rorar, mandaste a un crío a la muerte... No puedo evitar recordar su aire animado cuando entre por primera vez en el salón de Einar, muy escandaloso, pero tampoco desagradable viendo el ambiente lúgubre y violento que lo siguió. Si solo nos hubiese hecho caso esa noche...

Miro a Thaldein con cierta complicidad y con ojos de pena, no es algo que me sorprenda y tarde o temprano deberíamos encontrar su cuerpo, pero eso indica que estamos cerca. Me acerco a él para ayudarle a investigar sin perder de visto los alrededores.

No había añadido comentario alguno respecto al espadón que medía casi tanto como ella. Logró que se sintiese ligeramente insignificante y menuda, sobre todo estando rodeada de de tres corpulentos guerreros y su amiga, que aunque espigada se le antojaba una guerrera brava y certera. Como Will. Pero lo suyo eran otras artes; otros retos.

Continuó la marcha arrebujada en su capa, escondiendo la nariz entre el pelaje y asegurándose de caminar junto a Bedelia, mirando de reojo cómo apoyaba el pie para intentar determinar la gravedad de su estado. Se tenían que correr, más valía que Resmit la cogiese en brazos porque de lo contrario las expectativas no eran muy buenas. Y mientras divagaba en ello, tratando de mantenerse en movimiento y con el frío a distancia, Thaldein dio con aquel extraño objeto que incluso para ella era algo singular.

La norne se agachó para rescatarlo y mirarlo brevemente con una curiosidad felina.

-Esto no es de Hadar. Y si lo es, Hadar no es quien decía ser. No son simples gafas, y no parece un objeto que alguien se pueda encontrar por casualidad en los Yermos o alrededores.

Y las casualidades seguían acumulándose más y más. Dejó que el resto rebuscase entre la nieve para rescatar sus pertenencias. El sol estaba cayendo y entre los árboles la oscuridad crecía mucho más rápido. Giró sobre sus talones, los ojos entrecerrados y respiró hondo dejando que el aire helado calase bajo su piel, escudriñando las sombras e intentando escuchar más allá del crujir de las ramas y el aullido del viento.

Más allá del crujir de las ramas y el aullido del viento... Una sombra se perfila entre los árboles.

Bedelia ahogó un grito y aceleró el paso hasta colocarse frente a Thaldein, lo que aumentó el dolor de su tobillo. Si eso de verdad pertenecía a Hadar no lo habría dejado en mitad de la nieve, era demasiado valioso. ¿Y si eso significaba que el chico había encontrado a la bestia? ¿Y si Ashe tenía razón?

Apretando los dientes, rastreó el lugar, casi con desesperación. Tenía que haber otra explicación, quizás se le habían caído en una huida frenética, o las dejó atrás sin darse cuenta. No podía estar muerto, no alguien tan joven...

Saga observa.

Ver no es lo mismo que observar. Cualquiera con dos ojos puede ver lo que hay frente a su nariz, sin llegar a comprender. Árboles y ramas, arbustos y rocas, laderas y charcos congelados. Un lienzo natural recorrido por una mente profana, un intruso en aquella belleza que no puede sino atisbar parte del mensaje oculto, del gran puzzle que aguarda escondido entre las pinceladas de negro, blanco y azul. Pero hay quien no se limita a la vista, contemplando sin más. Hay quien une mente y sentidos, y encaja lentamente cada detalle, cada signo, en un rompecabezas mental, intentando encontrar el patrón oculto en el caos que es el mundo. Eso es observar.

Saga observa. El sonido de las hojas crujiendo, el lamento de un lejano ave rapaz, el susurro del viento cruzando entre ellos, arrastrando secretos de un bello y mortífero mundo helado. Sus oídos, bien atentos, su nariz, afinada a pesar del frío. La intuición lo sustenta todo, pues la verdad de nuestros instintos se encuentra grabada a fuego en nosotros, y al escucharla escuchamos a una voz más antigua que Goldar, más antigua que los Yermos, más antigua incluso que Gaïa. Su corazón empieza a latir con fuerza, bombeando vitalidad para hacer que la máquina siga funcionando. Su alma resuena con aquella entidad anciana, el bosque, y se adentra en sus recuerdos, intentando encontrar la causa de su congoja.

Saga observa.

Busca, busca, busca, encuentra algo, lo que sea. La mente de Bedelia funciona a una velocidad endiablada, mientras analiza cada rincón, cada recoveco, cada señal que pueda darle aunque sea una mínima pista. Porque tiene que haber algo, algún rastro de lo ocurrido. Se niega a aceptar lo evidente... ¿Por qué razón? ¿Es acaso debido a la juventud de Hadar que su muerte parece más horrible, como si al llegar esta se hubiera cometido un crimen indescriptible, como si todos esos años que le quedaban por vivir fueran una razón de peso para que su vida valiera más que la de otros hombres mayores que él? ¿Es quizás un instinto perdido, un retazo de aquellos años de lucha y compañerismo, de cuidar de los suyos y ser cuidada, de enfrentarse a la batalla sabiendo que sus flancos estarían cubiertos por sus camaradas? ¿O pudiera ser, simplemente, que Bedelia estuviera cerca de llegar a su límite, a la gota que colma el vaso?

¿Cuánta muerte puede tolerar una persona antes de cambiar? Cada individuo es un mundo, y mientras unos se derrumban otros se insensibilizan. Lo único cierto es que la muerte no deja indiferente a nadie. ¿Qué haría con Bedelia, entonces? ¿Qué saldría de la crisálida cuando diera el salto al abismo, cuando las pérdidas sufridas trajeran de vuelta aquella imagen oscura de su casa en penumbra, aquel hueco vacío, aquella grieta en su corazón?

-Déjalo, no merece la pena.

Una voz odiada, que parece burlarse de su pesar. Ingur está a su lado, cruzado de brazos.

-¿Qué crees que vas a encontrar? Se peleó contra la bestia, y la bestia se le comió. No hay que ser un genio para adivinarlo.

Palabras esperables de alguien así, sin asomo de tacto o empatía. Controla su rabia, pero las palabras no le salen. Su expresión sombría arranca un suspiro al norteño.

-Escucha, sé que soy un hijo de la gran puta, pero acepta esto como un consejo. En serio, no merece la pena. Te volverás loca.

Su voz suena conciliadora, casi amable, y eso es algo nuevo en él. Sin embargo, Bedelia no termina de escuchar sus palabras. Abriendo los ojos de par en par, corre hacia un árbol cercano y aparta la nieve que lo cubre. Acto seguido da un paso atrás de forma instintiva, sintiendo que su respiración se detiene. La voz de Ingur suena detrás de ella.

-¿Pero qué coj...?

Allí está, pintado en sangre.

-Es suyo, no hay duda.

Thaldein clava sus ojos en Resmit, con expresión triste. Sujeta las gafas con firmeza, y luego suspira. Apartados del resto, el cazador y el guerrero conversan en tono apagado.

-Las llevaba puestas ayer, cuando nos le cruzamos -Hace una pausa, y luego baja la mirada-. Tendríamos que haberle parado, Resmit. Deberíamos haber insistido. Haberle salvado.

Su voz suena rota, desgarrada. La voz de alguien que ha sufrido demasiado en los últimos días, la voz de alguien que no puede mantenerse fuerte siempre. El peso de la que ya parece probable muerte de Hadar se une al de la de sus compañeros y amigos, a la de su jarl. Un peso que debe soportar sin rechistar, pues es su responsabilidad el guiar a su pueblo, un pueblo al borde de la ruina, que podría haber desaparecido en menos de una semana. Un pueblo de gente dividida, que cuestiona su autoridad, que exige lo imposible de él. Un pueblo en el que ha crecido, en el que vive la gente a la que quiere y respeta, vidas trémulas que pueden apagarse ante la furia del invierno, si él no hace algo para evitarlo. Una responsabilidad que él nunca pidió, que él nunca quiso, y que sin embargo aceptó por el bien de todos.

¿Cómo no derrumbarse?

Resmit intenta encontrar las palabras adecuadas, pero no sabe qué decirle. Ante él se encuentra un hombre fuerte, un hombre capaz y valiente, que sin embargo se ve superado por los acontecimientos. Aun siendo el mejor cazador del pueblo, y a pesar de su buen corazón y de su astucia, no es más que un hombre, más, con sus miedos y debilidades. Un hombre que ha mirado a la muerte cara a cara, y que se ha visto superado por el miedo. Y los remordimientos se clavan más profundo que cualquier espada.

-Ulam tendría más o menos su edad, ¿sabes? -Thaldein alza el rostro al hablar de su hijo, y Resmit puede divisar una lágrima que se desliza por su ojo, una lágrima que parece escarcharse según desciende-. Cuando partió hacia Hermagor, hace tres meses.

No dice nada más, no hace falta. Los dos saben la naturaleza del oscuro destino que han compartido los dos jóvenes.

El aliento de Saga parece más denso, más pesado. Sus pestañas empiezan a llenarse de escarcha, su vello se eriza. La piel empieza a doler. El cambio es progresivo pero perceptible, como un mal augurio.

El frío empieza a envolveros.

El resto hablaba, murmuraba, indagaba… Ella sabía. Ella veía lo que otros sólo podían intuir y aún así no estaba preparada para los secretos que Hagalaz ocultaba en su manto.

Era el frío, denso, pesado, escurridizo; acompañado de una quietud que empezaba a devorar lentamente los sonidos del bosque. Un frío que antecedía a lo que nadie allí quería enfrentar, que traía lo que habían venido a buscar y les hacía retroceder a sus instintos más primitivos. Lo había sentido antes como cuchillos helados en la piel, y todos sus sentidos habían aullado lo mismo…

‘Corre’ pensó cerrando los puños con tanta tensión que enrojecía sus dedos, pero la pregunta era ‘hacia dónde’. Se detuvo frente al pánico, sintiéndolo como una explosión de energía refrenada a duras penas en su garganta. No te dejes llevar, decía agonizante una débil voz. Aguanta...

Esta vez eran sus ojos nublos los que destelleaban, buscando desesperadamente el más mínimo indicio de hacia dónde estaba la remota posibilidad de salir con vida.

-Veur ärr da…* -siseó amenazante emitiendo un sonido gutural en una lengua que no sonaba a nada que hubiesen escuchado antes.

Se había deshecho de la capucha: ligeramente encorvada y con las rodillas flexionadas, sostenía la daga en horizontal a la altura del pecho, en una posición defensiva, como si aquel delgado filo fuese a ofrecerle algún tipo de protección… Su pecho se movía pausadamente al compás de las bocanadas lentas y profundas. No miraba a nadie, pero veía.

Miro Thaldein con la cabeza cabizbaja, sopesando y meditando lo que iba a decir, es normal que con todo lo sucedido, con las perdidas que ha tenido y con el desastre que se cierne sobre Sultünge, que cualquier persona se derrumbara. Él es el lider del pueblo por votación popular, no era algo que hubiese pedido, pero se lo ha ganado por una razón u otro, independientemente de que todos le apoyasen. Tras unos segundos observo su rostro, me acerco a mi amigo y acerco lentamente la mano para secar su lágrima para acabar apoyándola en su hombro suavemente.

- Thaldein, no tenemos pruebas de que tu hijo corriera la misma suerte que Hadar. Sé que son momentos difíciles para ti y tu pueblo, pero igual que los inviernos y las tormentas todo acaba terminando y llega la primavera y los cielos despejados. -  guardo la maza en mi cinturón y me acerco para darle un abrazo y acariciar su pelo dorado con la mano que acebo de liberar y le susurro - Todo acabará amigo, saldremos adelante - tras unos segundos me separo de él. - Sultünge cuanta contigo, con nosotros. En un mes la bestia no será más que un mal recuerdo. Reuniremos comida para el invierno y tu pueblo crecerá y obtendrá su autentico esplendor. -  Guardo unos segundos de silencio para que interiorice mis palabras. - No eres débil por mostrar tu debilidad, sino un hombre fuerte y regio por mostrar tu gran fortaleza ante estos acontecimientos. Sultünge esta contigo y yo también. - le mantengo la mirada mirando fijamente a los ojos.

La confusión golpeó a Bedelia, dejándola inmóvil. Repasó el símbolo con la mirada varias veces, sintiendo que el pelo de la nuca se erizaba. Aquello era importante, y esa importancia no estaba únicamente concedida por la sangre. Significaba algo, algo que no entendía, algo que quizás Hadar hubiese dejado allí a propósito o que no tuviera nada que ver con el muchacho, pero no era azaroso. Un instinto animalesco se lo decía, y Bedelia había aprendido a confiar en sus instintos.

Miró hacia atrás y su mirada se cruzó con la de Ingur, que parecía tan confuso como ella, pero no habló con el norteño. Volvió a girar la cabeza casi inmediatamente, y por un segundo temió que aquello hubiese desaparecido como bruma.

Memorízalo.

Impelida por su propia orden, la sureña repasó el contorno de la figura, casi con violencia, grabándola en su mente de la manera más exacta posible.

Estaba nerviosa, no habría sabido decir cuándo se había arrodillado, pero tenía la figura a la altura de los ojos. Su mente trabajaba a una velocidad vertiginosa, elaborando unas teorías y descartando otras. El dolor del tobillo no era más que un susurro hueco y olvidado, asfixiado por aquella necesidad angustiante de entender lo que pasaba a pesar de no tener la información suficiente.

No advirtió el temblor de su mano cuando la alzó, posándola completamente sobre el dibujo. Tampoco oyó el siseo amenazante de Saga, ni sintió el frío.

El aterrador frío.

Thaldein inspira, calmándose, y asiente ante tus palabras de apoyo, devolviéndote la mirada.

-Gracias... Amigo mío.

El vapor que surge con su aliento te llama la atención. ¿No hace más frío que antes?

Al tocar la fría corteza lo oyes. Como un suspiro lejano, un susurro que el viento arrastra.

-Corred.

Oyes el ruido de la escarcha quebrándose, mientras el frío aumenta a tu alrededor.

Una sombra entre los árboles, apenas una silueta recortada en la lejanía. A pesar de la distancia, sientes que os observa. Sus ojos clavados en los tuyos, como aquella horrible noche...

Ha vuelto a por ti. Tu sangre bulle, al sentir la presencia conocida, al encontrarse de nuevo con la raíz primigenia, con la causa de tus males. Consciente o inconscientemente, le estabas esperando.

Confusión otra vez, y después, palidez. Se levantó de golpe y giró tan deprisa que resbaló ligeramente con la nieve.

-Está viniendo. Corred. ¡Corred!

Empujó a Ingur por ser el que más cerca tenía, obligándole a avanzar mientras desenvainaba su estoque con una vibración metálica. Se aseguró de que todos entendían la urgencia y empezaban a moverse.

-¡¡Corred!!

Miro a Thaldein a los ojos, mis palabras parecen haberle animado, sin embargo con su exalación de vaho blanco que impacta con mi cara noto algo raro. Un ligero resoplido sale como mi aliento, es como si la temperatura hubiese descendido y se nublara mi vista por un instante con cada respiración. Llevo la mano a mi cintura para coger mi maza y cuando la alzo miro a mi alrededor por si los brillantes ojos de la bestia aparecieran entre la inmensidad de los árboles.

Si ha aumentado la temperatura quiere decir que está aquí. 

Es entonces cuando oigo el aviso de Bedelia que atropella a Ingur. Miro a Thaldein un instante - Es hora de irse. - y  salgo detrás de la extranjera que para tener un tobillo dañado corre que se las pela. Si Saga aún no se hubiese enterado la apremio cogiéndola del brazo para que inicie la carrera cuando paso por su lado.

Estaba mirándola, como aquella noche. El frío heló su último aliento, y también aquel retazo de valor del que había hecho acopio en los últimos años.

No podía. No tenía nada con lo que encarar aquello. Odiar; odiar hasta sangrar y romper a gritos el silencio no valía para nada. Ni siquiera la destreza en las armas le habría valido en aquel momento. Tenía que correr de nuevo, huir, dejar atrás todo su odio, todas las veces que había imaginado, soñado y rabiado que, de alguna manera inexplicable, podía asestarle una puñalada y sentir su dolor; sentir su sangre y el último agónico suspiro.

¿Podía?

Bedelia gritó. Por fin reaccionaban, pero a sus ojos el tiempo parecía haberse estancado en aquel instante; en aquellos ojos gélidos. En el fuego de un zimmer y aquel pendiente dorado. ¿Qué habría pasado si…?

Seguía sin saber qué era. Seguía sin poder recordar. Seguía caminando a ciegas en la tormenta sin rumbo alguno, apenas distinguiendo un paso tras otro, y lo peor es que estaban a punto de guiar a la bestia hacia el pueblo. Iban a seguir muriendo y no tenía la respuesta. El fuego no bastaba y el aire parecía no ser suficiente para seguir respirando.

Andrel. Einar. Jorik… Mama y papa. ¿Quién sabía cuántos más? No podía permitirlo pero no había más que pudiese hacer. ¿Dónde estaban? ¿Dónde diablos estaban todos? Estaban muertos. Estaban allí y tenían respuestas, y la rabia y la impotencia le oprimía el corazón y le embotaban los pensamientos. Sabía que estaban allí por algún motivo, que tenían algo que hacer, pero la verdad resbalaba entre sus dedos como el agua.

No podía. No era el momento.

Fue el agarre de Resmit lo que logró devolverla a la realidad. Estaban a punto de morir y no quedaba otra más que correr. Correr. Correr.

-¡¡Por aquí!!*