Partida Rol por web

Ingur, Resmit y Thaldein, que mantienen a raya a la criatura, parecen no conseguir alcanzarla con sus estocadas. Aunque la bestia parece haberse centrado en Bedelia, sus movimientos son tan rápidos que acercarse a ella es, por sí mismo, una ardua tarea, y su envergadura hace que incluso los golpes que dirige a la sureña sean potencialmente peligrosos para los demás, si no tienen cuidado...

No podía alcanzarla, por más que intentara alcanzarla cuando muevo la maza para golpear al monstruo este desaparece con movimiento a una velocidad vertiginosa. De la herida cada vez brota más sangre y a cada golpe que erro unas gotas caen al suelo y el pecho ya está bastante empapado. No puedo evitar que golpee a Bedelia pero tarde o temprano lo alcanzaré, al fin y al cabo he sido el único en herirlo.

Al fallar un golpe mi vista se desvía a los árboles durante un instante, abro los ojos de la sorpresa al ver la silueta, pero al parpadear esta desaparece.

No puede ser... ¿Él...? ¿Aquí...? Si en Sultünge dijeron que no sabían nada...

Pero al no volver a verlo vuelvo a centrarme en el monstruo, no es momento de distraerse. Voy a colocarme detrás para rodearlo y que no espere el golpe.

La norne no era una guerrera, aunque había pasado gran parte de su vida sobreviviendo en la ventisca. Pero luchar, enarbolar acero contra otro ser vivo como iguales... Saga era más deshonrosa a los ojos de los Dioses, y lo sabía. En sus cavilaciones encajan más los venenos y las dagas, el atacar por la espalda o mientras alguien yacía indefenso. No era lo que se esperaba, pero era lo que funcionaba cuando uno carecía la fuerza y la destreza de encarar con un arma. Y no se sentía particularmente mal por ello, aunque eso era un secreto que quedaba entre ella y el Panteón.

Pero aquella... bestia; criatura; humano. Lo que fuese. Ni el filo del arma parecía suficiente y no le quedaban alternativas. Eso, o algo como eso, había devorado a su familia y no podía quedarse quieta, esconderse o huir dejándoles atrás como había hecho con Will. Sabía lo que se jugaba, de forma relativa, y si se atrevió a acercarse con las llamas como escudo no fue por su sentido del honor, sino por el corazón desbocado que golpeaba en su pecho avivando la rabia y las ganas de sacarle el corazón a cuchilladas... Aunque fuese incapaz de hacerlo... Pero dejó que el pensamiento, el deseo y la sed de sangre y venganza tomasen control con un grito henchido de rabia y dolor por un recuerdo que apenas era capaz de ver pero que se clavaba en si corazón cada noche.

Las llamas que rodean el brazo de Saga danzan mientras la hedense corre hacia la bestia, que flanqueada por los otros cuatro, se ve cada vez más arrinconada contra una ladera cercana. Los siguientes sucesos transcurren en apenas unos segundos, y solo pueden ser entendidos al mezclar todos los puntos de vista.

Esto es lo que ve Ingur.

Sintiendo la garra del miedo en su garganta, apenas si puede atreverse a acercarse a la criatura, y a esas alturas todavía sigue preguntándose cómo es posible que no haya salido corriendo desde un primer momento, intentando aprovechar la atención que la bestia dedica a los demás para huir hacia la seguridad. Su parte consciente responde que es la decisión lógica, al ser la criatura más rápida que él, ya que la poca oportunidad de salir vivo la da el comportarse como una manada frente a un enemigo que les cazaría de uno en uno en caso de optar por una estrategia más egoísta. Su instinto animal le dice que se debe al ansia por probarse, por demostrar que es capaz de superar sus miedos. Su orgullo insinúa que no puede dar la espalda a ese desafío, su oportunismo que logrará más quedándose que escapando. Su sentido común grita que no hay otra salida. Y algo en su interior sugiere, quizás es otra cosa.

Así que avanza de nuevo, intenta superar el rechazo hacia esa pesadilla... Solo para encontrarse con que, de nuevo, ha sido demasiado lento. La cornamenta de la criatura embiste contra él, y solo la suerte hace que tropiece y caiga sobre un montículo de nieve, salvándose en el último momento. Mientras se remueve para quitarse la fría masa blanca del rostro, solo puede percibir su entorno con los sonidos que le llegan. El resplandor de una llama llega hasta la periferia de su campo visual.

Esto es lo que ve Saga.

Cargando contra la bestia, contra aquel que poblaba sus pesadillas, armada solo con la idea de un visionario y la esperanza de un loco, desata todas sus cadenas y se transforma en algo nuevo, una mezcla de rabia, desesperación y astucia que palpita con la determinación de una guerrera. No tiene la habilidad de sus compañeros, ni es ducha en el combate cuerpo a cuerpo, pero algo le mueve hacia delante, hacia aquel foco de peligro. Alza su puño en llamas, más como un amago que como un verdadero intento de alcanzarla. Pues bajo toda esa pasión sigue estando la mente calculadora, que analiza y espera ver una reacción...

Que nunca llega. Las llamas se reflejan en los ojos de la criatura, con la misma indiferencia que en un espejo blanquecino o en la superficie congelada de un lago. Una de sus largas garras se posa en el antebrazo de Saga, apresándola, impidiendo que se acerque. La piel blanca y tensa, como la de un cadáver, no se inmuta ante las llamas que parecen acariciarla desde la distancia. La criatura acerca su rostro a ella, y la observa con el ansia de un depredador, sin reconocerla, sin hacer distinciones. Su rostro no muestra el menor atisbo de temor ante las llamas... Y la esperanza desaparece.

Esto es lo que ve Bedelia.

La garra se cierra sobre la suave piel de su amiga. La boca de la criatura se abre levemente, anticipando el sabor de su carne. Y ella, que hace algo más de un día ni siquiera conocía a esa mujer, siente como un estallido eléctrico recorre su cuerpo. Movida por el impulso primario de proteger a los aliados, una similitud más entre la manada de lobos y la amistad entre humanos, abandona la seguridad de la distancia y se lanza hacia la criatura, quizás demasiado lento. Su estoque emite un silbido estruendoso, cortando viento y nieve mientras se dirige hacia un único objetivo. No busca matar, ni incapacitar. A diferencia de otros ataques destinados a la agresión, su golpe es más puro, más certero, pues la meta que busca alcanzar no es la de acabar con el enemigo, sino la de salvar una vida.

La bestia, sin embargo, se muestra totalmente impasible ante dicha ironía, y se limita a lanzar a la hedense a un lado de un manotazo, paradójicamente completando el círculo. Sin embargo, toda recompensa suele conllevar un precio, y este precio se traduce en el cambio de las tornas: Bedelia queda desamparada, desequilibrada al sentir que el estoque solo corta el aire. La criatura, habiendo dado un paso hacia atrás, se inclina... Y acto seguido la embiste con su cornamenta. La sureña logra girar, en el último momento, pero uno de los cuernos atraviesa su piel, produciéndole un latigazo de dolor. Cae, derrotada, a varios pasos, mientras su sangre empieza a teñir el blanco de rojo. Cuando se gira, la silueta de la criatura se perfila ante ella... Y, de repente, la seguridad de Saga pasa a ser una prioridad secundaria.

Esto es lo que ve Thaldein.

Aquella cosa avanza despacio, proyectando su sombra sobre una desamparada Bedelia, que apenas si puede contemplar, estupefacta, lo que probablemente se convierta en el final de su historia. ¿Qué es lo que remueve la cordura de Thaldein, el instinto de autopreservación? ¿Qué es lo que hace a una persona enterrar las dudas, el miedo y la incertidumbre, y tomar una decisión con el corazón? Thaldein suelta un grito de guerra, expulsando todos los sentimientos acumulados en él durante aquellos días, aquel infierno que se ha concentrado alrededor del lugar que llegó a amar... Y acto seguido los descarga sobre la criatura.

No permitirá que aquella cosa devore a los suyos. No permitirá que haga daño a los forasteros. No dejará que Resmit, en quien depositó su confianza, vuelva a presenciar su cobardía. No tolerará que aquella sureña se enfrente a la injusticia de morir arrodillada, asesinada por algo que nunca debió existir. Salta, sujetando su lanza en alto mientras cae como una lluvia de fuego y venganza sobre eso... Y luego todo oscurece.

Esto es lo que ve Resmit.

El último golpe de la criatura casi le alcanzó, y su vida sigue pasando por delante de sus ojos. Además, esa figura... Y, sin embargo, debe volver a la batalla. Sus compañeros, sus amigos... Están en peligro de muerte. Cuando se gira, recuperando el aliento, puede contemplar la escena desde primera línea, sintiendo como su cuerpo le traiciona, reaccionando más lentamente que el de los demás. Ve como Ingur cae sobre la nieve, como Saga es atrapada por la criatura y vapuleada como un muñeco, como Bedelia recibe una embestida en el estómago, y como Thaldein corre hacia la criatura intentando salvar a la sureña. Ocurre tan rápido que apenas si ha dado un par de pasos hacia el combate durante todo el proceso.

Y entonces, justo cuando está a punto de llegar a socorrer a su amigo, lo ve. Ve como el cuerpo de Thaldein, impulsado por la inercia de la caída, se detiene en seco y se convulsiona de forma violenta. Ve como la criatura, que parece haberse olvidado de Bedelia, gira su rostro y le observa, erguida en toda su majestuosidad, con una expresión triunfal en el rostro. Ve como Bedelia abre los ojos de par en par, como Saga suelta un suspiro. Ve como las manos del cazador dejan caer la lanza, que rebota en el suelo con un sonido horroroso. No se oye nada más que el aliento de Thaldein, que suelta un gemido entre borbotones de sangre. La criatura alza su garra, enterrada en el cuerpo de su amigo, haciendo que Thaldein se aleje más del suelo, y acto seguido la retuerce, causando una nueva oleada de dolor.

Luego el cuerpo de Thaldein deja de moverse.

La criatura se desprende de él con un gesto despectivo, y el norteño cae a varios metros, rodando sobre la nieve antes de quedar inmóvil, boca abajo.

La norne logró recuperar el aire y la cordura a tiempo de ver cómo la garra de aquel ser atravesaba a Thaldein lanzándolo por los aires y... dejándolo inmóvil. Su cuerpo cayó como un muñeco de trapo sobre la nieve.

No... No podía ser. Cualquiera menos Thaldein.

El tiempo pareció congelarse, de repente, mientras su mente calibraba la catástrofe que se avecinaba como una cascada de acontecimientos irramediables. Sintió el aire rehuir sus pulmones y la poca esperanza que les había mantenido en pie y al filo del abismo convertirse en polvo. Estaban... Habían estado a punto de lograrlo, y el peso de su conciencia logró que sus ojos se emborronasen ante el dolor de un pueblo que acaba de perder todas las posibilidades de salir adelante.

Todo por su estúpido plan. Por haber creído que aquella estúpida teoría podía haber funcionado.

-No, no, no, por favor... -Se incorporó tropezando en el intento, peleándose con la capa y las llamas para deshacerse de ellas y correr, prácticamente arrastrarse, hasta donde yacía el cuerpo de Thaldein.

Sus manos temblaron, esta vez de terror, deteniéndose un instante como si una fuerza ajena le impidiese tocar el cuerpo del norteño. Tomó aire, fuerzas, lo que fuese y volteó su cuerpo boca arriba evitando mirar deliberadamente la sangre escarlata que teñía sus ropas y la nieve.

-Thaldein... No, no. Quédate conmigo. Tu hora no ha llegado todavía... 

Acercó su mejilla a su rostro, tratando de sentir cualquier atisbo de vida, y con la diestra buscó en su cuello aquel pulso que todavía podía devolverles la esperanza, tal y como había aprendido hacía ya muchos años. No podía ser. No podía acabar así.

No lo podía creer, permanecí inmóvil con la boca abierta por el asombro, viendo el cuerpo de Thaldein sujeto por la garra del monstruo. Cuando la lanza cae al suelo, en el rostro de Thaldein veo la cara de mi viejo amigo Fungerd pidiéndome ayuda. Siento impotencia, como en aquel momento, cuando lo único que pude hacer es contemplar como caía.

No puede ser... Thaldein... 

La situación me sobrepasa, tanto que mi respiración se acelera aún más, ver a mi amigo en el suelo con espasmos de dolor me hacen mirar a la criatura. La sangre le chorrea por el brazo, sus ojos vacíos me miran de forma burlona como si estuviera satisfecho con lo que acababa de hacer, su mueca salvaje parecía reírse de mi y decir a la vez "tu serás el siguiente".

Las venas de mi frente se hinchan, cambio mi arma a la mano izquierda, mi cara se vuelve roja por la ira que hace emanar vapor de mi cabeza. Con un ligero temblor en mi mano derecha la cierro con fuerza, comienzan a surgir chispas y poco a poco aparece un rayo entre mis dedos, este envuelve  mi mano y se va transformando en lo que parece una maza de luz, rodeada rayos como si fuesen un campo de fuerza entorno a la cabeza. Algunos llegan incluso al suelo, evaporando parte de la nieve superficial. Mis ojos toman un color blanquecino y parece que saltan chispas de ellos también, la ira me ciega y corro hacia la bestia para hacer pagar lo que le ha hecho a mi amigo que ahora yace en el suelo.

AAAAAAAAARRRRGGG

Apenas unos segundos después de que la criatura se despoje del cuerpo de Thaldein, Saga ya está junto a él, intentando comprender el alcance de los daños. Atrás, a unos pasos, queda su invento flamígero, que no tarda en apagarse debido a la nieve que lo rodea. Sin embargo, frente a esa isla de quietud y desesperación, la lucha sigue al otro lado, mientras la criatura se enfrenta a una Bedelia decidida a seguir luchando hasta el último momento.

Uno de sus golpes, sin embargo, hace que la sureña deba rodar por el suelo, cayendo a varios metros de distancia y perdiendo la oportunidad de atacar a la criatura. Esta, sin embargo, parece desviar su atención hacia Ingur, que justo acaba de salir del montículo blanco en el que había caido e intenta atacar torpemente a pesar de la nieve que cubre su rostro y el temor que cubre su corazón.

Sin embargo, los hachazos son lentos y poco acertados, y la criatura apenas si deber realizar un esfuerzo para, agachándose frente a él, agarrarle de una pierna y volver a tirarle al suelo, como si fuera un simple muñeco. Acto seguido coloca una de sus patas en el muslo izquierdo del norteño, presionándolo contra el suelo mientras se inclina hacia él, lanzando una nube de vapor helado por sus fosas nasales. Ingur se retuerce, sus ojos desencajados por un terror que hasta ahora no había demostrado. Dominado por el pánico, empieza a balbucear, maldiciendo con voz temblorosa.

-No, joder, joder, jod...

El grito del norteño retumba en todo el bosque, cuando la criatura tira del pie izquierdo con una fuerza desmedida, causando un ruido desagradable que eriza vuestro vello. La pierna es arrancada de cuajo, como se separa el ala de un pollo, a la altura de la rodilla, lanzando una fuente roja de sangre que no tarda en escarcharse debido al aura impía que rodea a la criatura. Ingur pone los ojos en blanco, superado por el dolor, sintiendo como sus fuerzas le abandonan.

Sin embargo, no deja de gritar.

Entonces, el resplandor llama la atención de la bestia, que se gira para mirar a un Resmit bien cambiado. Sujetando una maza en cada mano, una hecha de piedra y madera, la otra formada por pura energía, el guerrero es la viva imagen de un héroe de leyenda. Lanzando un grito que incluso se sobrepone a los aullidos de dolor de Ingur, carga contra la criatura, con tanto ímpetu que incluso esta, que hasta ahora parecía dominar la situación, se ve obligada a retroceder.

Hombre y bestia se funden en un baile mortal, uno guiado por el odio y la sed de venganza, la otra guiada por el instinto y el ansia de consumir la carne de la presa. El monstruo, que hasta entonces apenas si había sido rozado, denota sorpresa al notar como varios de los embates consiguen superar sus defensas, golpeando sobre su dura piel entre una nube de chispas y polvo helado. Apenas si tiene tiempo de encajar los golpes, girando para reducir los daños, que si bien no llegan a causar severas heridas en él, sí le ponen a la defensiva por primera vez en el combate. Blanco y amarillo, hielo y electricidad, las dos figuras parecen moverse al unísono hasta que la bestia, ansiosa por recuperar el control, salta hacia atrás...

Cayendo justo al lado de Saga y Thaldein.

Durante unos segundos, todos observan. Jadeando, Resmit y Bedelia se giran hacia el monstruo, con una expresión de alerta en sus rostros. Ingur sigue gimiendo, su rostro inundado de lágrimas. Saga nota una sombra, y mira hacia arriba. Luego la bestia le devuelve la mirada, y el brillo blanco de sus ojos refleja la desesperación de la hedense.

Se inclina hacia ella lentamente, como anticipando el festín...

-¡NO!

Y entonces la nieve explota.

A los pies de la criatura, como si algún ente titánico hubiera emergido del suelo, una oleada de polvo y viento se arremolina, engullendo a la bestia en un pandemonium blanco. Aparecido de la nada, acompañado por los aullidos de la ventisca, que parece intensificarse, y casi podría decirse que arrastra voces lejanas, que hablan en un lenguaje ya olvidado por el hombre.

La criatura salta hacia atrás, cayendo a varios metros de distancia, gruñendo de forma grave y gutural. Entonces nuevas oleadas de viento empiezan a rodearla, como si la furia del invierno hubiera decidido caer sobre ella. Sus ojos parecen posarse en algo que no podéis ver, como si fuera capaz de ver a su agresor... Y, sin embargo, sus garras vuelan por el aire, sin llegar a alcanzar el objetivo. Luchando contra una fuerza invisible, parece haberse olvidado por completo de vosotros.

Bedelia no esperó ni intentó comprender. Se levantó, con la ropa empapada de su propia sangre y corrió hasta Ingur, arrancándose un trozo de tela. Agarró al norteño como momentos antes hizo con Saga y apretó la herida todo lo fuerte que pudo, consciente de que eso le causaría más dolor al hombre, pero confiando en que la hemorragia frenase un poco. No tenía ningún conocimiento sobre medicina pero tampoco tenían tiempo.

-¡Vámonos! Resmit, ¡lleva a Thaldein!

Saga chilló como si le estuviesen arrancando una parte de si, los ojos empañados en lágrimas. Se incorporó dando un traspié, temblando sin razón y encarando hacia donde la batalla tenía lugar.

-¡NOOOOO! ¡ANDREL!

Y los gritos se sucedieron en otro idioma.

Apenas podía contener el aliento, restregándose los ojos para deshacerse de las lágrimas que no dejaban de resbalar por su rostro. Ya no existía Thaldein ni Sultünge ni los gritos agónicos de Ingur. Sólo el miedo a perderle otra vez. El terror...

Pero, ¿podía morir? Había escuchado sus gritos hacía dos noches. Sabía que podía interferir en aquel plano pero... ¿A qué coste? Andrel... Les estaba salvando la vida, les daba la oportunidad de correr, huir. Y allí estaba, paralizada con el corazón aferrándose a una absurda posibilidad que jamás iba a ocurrir - volver a abrazarle-. ¿Cómo de ingenua y estúpida podía volverse la mente humana, jugando con vanas esperanzas que terminaban por consumir la cordura de los más débiles?

¿Saber? Sabía lo que tenía que hacer, pero la parte irracional, la que se guardaba para las pesadillas, estaba paralizada ante el despliegue de fuerzas que Andrel estaba haciendo por ella.

Ingur chilla de dolor, pero no tiene fuerzas para resistirse al remiendo de Bedelia. Acompañando su aullido, tras los gruñidos de la criatura y las incomprensibles de Saga, por encima incluso de los gruñidos de la bestia, un coro de susurros empieza a tejer una melodía de fondo, como si las propias voces de los muertos os llamaran a su territorio. Los últimos rayos de sol acarician los retazos de la ventisca, y el frío antinatural de la criatura empieza a mezclarse con el procedente de la noche. Extraños reflejos de colores indefinidos bailan en la periferia de la visión, y el mismo bosque parece palpitar, regodeándose en el horror. El velo se debilita...

La criatura sigue a Andrel con sus ojos, reacciona ante sus movimientos. ¿Cómo es posible que le vea? Pero ese es el menor de tus preocupaciones, pues el vínculo fraternal con aquello que un día fue tu hermano sigue pesando más que cualquier atisbo de curiosidad. Puede que no sea más que un espíritu, una sombra de lo que fue, pero pensar en perderle se presenta como un eco de aquella fatídica noche, una repetición macabra, una forma de volverte a hacer vivir el mismo horror.

Sin embargo, los ataques de la criatura no alcanzan a Andrel, traspasándole a pesar de la clara superioridad atlética de la criatura. Ni siquiera los insólitos poderes que parecen surgir de tu hermano, permitiéndole manejar el entorno a su voluntad, son rival para ella... Y, sin embargo, el cuerpo del fantasma se encuentra en otro reino, un reino que aquella criatura no puede siquiera arañar.

-¡Huye! ¡El frío...!

Y en efecto, el aura de tu hermano parece escarcharse, como si su propia esencia se estuviera congelando. Inmune a los golpes físicos, pero vulnerable a la mera presencia de aquella abominación, parece estar sufriendo un tormento indescriptible. ¿Pueden acaso las almas de los muertos notar el dolor? ¿Pueden revivir sentimientos tan olvidados y temidos como el sufrimiento o la agonía?

Una cosa es clara, en cualquier caso: No podrá contener a esa cosa durante mucho tiempo.

Ya le había salvado una vez la vida, diciéndole que corriese. Y allí estaba de nuevo, saliendo a su encuentro de la nada haciendo un despliegue de poder del que Saga jamás habría imaginado. No quería, pero supo que debía o aquello habría sido para nada. Su hermano habría 'muerto' otra vez por nada.

-¡No te quedes más de lo necesario, por favor...! ¡Huye! -gritó, haciéndose oír por encima del viento y la ventisca.

Y se quedó con aquel impulso, aquel deseo de abrazarle y sentir el calor humano, el cariño de un familiar que jamás en vida había pensado que echaría tanto en falta. Quizá sólo fuese aquella extraña visualización, casi distorsión de quien había sido, pero lo único que quedaba claro es que dejaba un hueco vacío en su alma.

Algo hizo reaccionar a la norne, que tras gritarle a la ventisca en un mar de lágrimas, se volvió hacia Thaldein para recoger su arma del suelo.

-¡Resmit! Thaldein está vivo pero muy malherido. Envuélvelo en su propia capa con fuerza y llévalo en brazos... con cuidado.

Apenas podía contener mi ira y ganas de matar al monstruo que tan mal nos lo estaba haciendo pasar, mis dientes rechinaban y la cabeza parecía que me iba a estallar, pero la explosión de nieve me sorprendió. Apenas oía a mi alrededor, como si tuviera los oídos taponados, al menos la bestia se había separado de Saga y Thaldein y poco a poco recobro la cordura para no seguir embistiendo al enemigo. El viento susurraba de una forma que pareciera que hablara en un dialecto que no comprendía, dejándome ligeramente hipnotizado por unos segundos.

¿Que está pasando?

Es entonces cuando oigo a Bedelia y veo que se acerca a Ingur.

Tiene razón, es nuestra oportunidad de marcharnos.

La maza de energía se desvanece en la nada, mis pupilas comienzan a recobrar su tono cobrizo original y corro hasta donde está Saga y Thaldein. Lo cargo a la espalda con cuidado junto a sus cosas y una vez depie miro a Saga antes de comenzar a correr.

Nos vamos - Es decisión suya si quiere quedarse a hablar con el viento.

Bedelia se giró hacia Saga, aturdida.

-De eso nada, nos vamos todos. Ha estado muy cerca, !y necesitamos salir de aquí ya!