Partida Rol por web

-Lo que ha dicho... Sobre el hacha -Thaldein mantiene la mirada del jarl, con expresión sombría. Incluso en su patético estado, su actitud es firme. Su mirada encierra determinación, el tono de su voz denota indignación-. ¿Les atacasteis vosotros primero?

Godwin suelta un bufido.

-¿Y qué si lo hicieron? Eso no cambia nada.

Thaldein ni siquiera le mira. Sus ojos siguen fijos en Eskol, dando a entender que para él sí tiene bastante importancia.

Eskol suspira.

-¿En serio, Thaldein? Incluso en un momento así, pones en duda mi palabra. ¿Por qué no acabas con esta farsa y expresas lo que en realidad quieres de una vez? Así los dos podemos acabar con este estúpido juego.

Los murmullos rodean a Thaldein, que no muda su expresión. Responde con una sola palabra.

-Contesta.

Eskol se echa hacia atrás, cansado.

-Bien, diré lo obvio. No, no les atacamos primero. El gigante se lanzó a por nosotros con su espadón. Ninguno cedió las armas.

Thaldein no responde, ni muda su expresión. Sus ojos están fijos en Eskol, escudriñándole con atención. El jarl frunce el ceño, airado.

-¿No tienes nada más que decir? ¿O acaso también pondrás en duda estas palabras? Estoy seguro de que preferirías dar crédito a la historia de ese asesino, ¿verdad?

Thaldein, por fin, baja la mirada. Eskol se lleva una mano a los ojos, cansado.

Eskol se toma su tiempo para responder. Durante esos segundos, se limita a mirar a los Yormef: Primero a Thorir, luego a Drunfo. En este último se detiene más tiempo, como si estuviera evaluando distintas posibilidades, y ninguna llegara a convencerle. Al final, apoya la cabeza en una mano, y el brazo en el respaldo, con actitud derrotada.

-Justicia. Una palabra para tiempos más civilizados. Pero el barco se hunde, y estamos todos a bordo. El invierno llama a nuestras puertas, y si nos queda una oportunidad de sobrevivir, es cooperando.

Cierra los ojos.

-Dejadles libres.

-¿¡Qué!?

Rorar da un paso al frente, hablando por primera vez.

-¡Tu padre se avergonzaría de ti!

Ashe se gira bruscamente hacia Rorar.

-¡Cómo osas...!

Pero nadie escucha el final, porque súbitamente todo el mundo empieza a hablar a la vez.

Sorprendido por el veredicto Thorir miró a Drunfo y acto seguido a Saga, preguntando con la mirada que acababa de ocurrir. No podía llegar a creerse que al final les fueran a dejar libres, fue por ello por lo que permaneció quieto y callado, observando a Eskol y a lo le rodeaba, como esperando algo que pudiera ocurrir. 

La Ley era la Ley, y la palabra del jarl era el susurro de los dioses. Pero hasta los dioses erraban como humanos, pues en un tiempo había sido su aliento el que había dado vida a todos ellos, concediéndoles sus virtudes y también sus defectos.

Sus ojos permanecieron clavados en Eskol, y su mirada se ensombreció, tiñéndose del color de la tormenta. La línea de la mandíbula, en tensión, revelaba las ganas de escupir, gritar y protestar. Pero calló, y a veces el silencio era peor que todo lo demás.

Sin nada que añadir, Saga abandonó el lugar. Había muchas otras cosas de las que ocuparse: tenían dos bocas más que alimentar.

No. Aquello no estaba bien. Aquella era la burla más ridícula, absurda e insultante que podía ocurrir. ¿En qué rincón de Gaia había quedado el orgullo y la memoria de los caídos, el respeto y el honor? El gigante carecía de todo lo que era digno respetar y había despreciado abiertamente el derecho a la vida.

Merecía ser sacrificado a los dioses.

No. Merecía morir, simple y llanamente, y que su alma fuese condenada al frío eterno. Y con él, aquello que yacía removiéndose en su interior. Era una amenaza; una amenaza libre caminando entre ellos y posiblemente armado con un espadón con el que ejecutar a cualquiera que se interpusiese en su camino. Y mientras avanzaba hacia el exterior, Saga supo, consciente como si de un susurro se tratara, que debía deshacerse de él cuanto antes y sin dejar que la mano le temblase. Por los que había matado. Por Einar. Porque de lo contrario iba a traer consigo más problemas que soluciones.

Sencillamente, porque era un engreído que no había dudado en absoluto.

Tras el veredicto, Drunfo se acercó a Yngrid, y comenzó a hablar.

-Yngrid, ¿Has encontrado mi espada?

Con el trascurso del juicio, el veredicto no podría haber sido más sorprendente, especialmente en lo concerniente a Drunfo que no mostró arrepentimiento alguno. Pero al fin y al cabo era lo que quería, un par de manos más para acabar con el monstruo. Ya le hicimos pasar por apuros la última vez, asi que la próxima será la definitiva. 

Puede que Eskol se guarde algo para cuando las cosas vayan mejor... da igual. Lo primero es lo primero.

El bullicio de voces, protestas y habladurías inundó la sala, pero la sentencia estaba dictaminada, nada la cambiaría y mucho menos yo, era la hora de retirarse e idear el plan de acción, pero antes tenía cosas que hacer.

Miro a mi alrededor, veo el movimiento constante de las bocas de la gente alborotada, algo que en verdad ya me daba igual. Busco entre las cabezas a Thaldein y su familia, el día anterior quería decirme algo y la situación no era la más propicia. Antes de irme me doy la vuelta y agarro a Bedelia por el brazo para acercame a su oreja y susurrarle:

Luego tenemos que hablar.

Después me sumerjo entre el mar de personas y desaparezco en silencio en busca de mi amigo.

El final del juicio le dejó a Bedelia un sabor agridulce. Por un lado no quería que ejecutaran a los Yormef, a ninguno de los dos, así que se sentía bien en ese aspecto, pero por el otro la impasibilidad de Drunfo resultaba mortificante. Por sus palabras si había entendido su disposición para ayudar al pueblo como una especie de compensación, pero la sureña consideraba su razonamiento totalmente errado. Le observó en silencio conversar con Yngrid. ¿Merecía la pena intentar hablar con el una vez más? Seguramente no, pero nunca sabías cuando...

Algo interrumpió sus pensamientos. Cuando quiso darse cuenta, Resmit le estaba susurrando en el oído, pero mientras se giraba para contestar éste ya había desaparecido. De hecho, todos se habían dispersado, Saga y Will incluidas.

Suspiró. Era hora de que ella también empezara a moverse. En silencio, abandonó el salón.

Varias personas, incluidas Saga, Will y Bedelia, abandonan la sala entre murmullos, posiblemente para alejarse de aquel ambiente cargado. La mayoría, sin embargo, permanece allí mientras la acalorada discusión empieza a resolverse por su cuenta.

Yngrid abre la boca, estupefacta, antes de dirigirte una mirada asesina. A vuestro lado, el hombre que estaba a su lado interviene antes de que puedas darte cuenta de lo que has hecho.

-¿Espada? ¿De qué habla, Yngrid?

Al ser el único que se queda en su sitio, eres el único que contempla como se desarrolla la discusión. Varias personas hablan a la vez, pero puedes sacar algunas conclusiones tras escuchar el barullo.

Para empezar, el tal Rorar está completamente indignado ante la decisión de Eskol. A sus ojos, el jarl está insultando la memoria de su padre al confiar en vosotros. Por sus palabras, se diría que opina que fuisteis los que asesinasteis a Einar, aunque ya está demostrado que no fue así.

Ashe, por otro lado, se muestra protectora ante el hijo de Einar, y sin llegar a expresar su opinión deja bien claro que la decisión del jarl debe ser respetada, convirtiéndose así en la principal oposición a Rorar en aquel acalorado debate.

El resto parece estar dividido entre las dos posturas, en algún punto medio de aquel espectro. Uno de los que están allí parece coincidir con Eskol en que la decisión es la más acertada, mientras que otro opina que los Yormef son un peligro y deberían estar encerrados, al menos. Y así todos. Sigbjörn se mantiene al margen, pero notas que presta atención a todo lo que se dice, como si estuviera dispuesto a intervenir si la cosa se descontrola más de lo debido.

Eskol, por último, se ha dejado caer en la silla, y se frota los ojos con una mano, visiblemente cansado. Parece haber envejecido diez años.

Drunfo miró a Lamount con cara de pocos amigos y le aguantó la mirada.

-Yngrid se ofreció a enterrarme con mi espada en caso de que fuera ejecutado. La perdí cuando caí inconsciente y me dijo que la buscaría.

Allí detenido, observando cada una de las caras de las personas que debatían acaloradamente sobre la decisión del Jarl, permanecía Thorir tomando nota de todas aquellas personas, almacenando información por si algún día podía necesitarla.