Partida Rol por web

Bedelia ladeó ligeramente la cabeza, pensativa. O se lo había imaginado o el muchacho no era consciente, pero también debía tener en cuenta la influencia a la que había estado expuesta los días anteriores. Para ella el mundo había sido normal hasta hacía bien poco, cuando de repente la magia y el misticismo rebosaban por los cuatro costados. Aunque lo había aceptado muy bien (sorprendentemente bien, a su parecer, cosa que jamás podría haber previsto) parecía normal experimentar cierta paranoia a la hora de "ver" cosas sobrenaturales.

Con todo, era curiosa. Y tampoco creía que se lo hubiera imaginado, sólo existía la posibilidad de que lo hubiera hecho.

-¿Qué sientes cuando te enfadas? ¿Qué notas?

Dag se muestra confuso ante tu pregunta.

-¿Qué dices? No sé... ¿Qué pasa, por qué me preguntas eso?

Bedelia tardó en contestar, pues no sabía muy bien cómo manejar aquella situación. Podía ser sincera, pero seguía existiendo la posibilidad de que se lo hubiera imaginado y asustar (o incluso ilusionar) a Dag sin motivo. Pero estaba el otro extremo, que por ignorarlo se convirtiera en algo peligroso para el y los demás.

También pensó en provocarle, obligarle a repetirlo, pero le pareció lo suficientemente cruel como para desechar la idea, al menos de momento. Necesitaba información para poder comprender qué le pasaba, algo que ni él mismo sabía. Hablaría con Saga y Resmit, las dos únicas personas que, en principio, podían ayudar.

-Porque me había parecido que se te ponía la cara de un morado muy feo-improvisó-pero creo que me lo había imaginado.

Le agarró la barbilla y le giró la cabeza, doblándole las orejas para mirar por detrás y levantándole el cuello.

-Si, creo que si. Puedes quedarte tranquilo, de momento no pareces medio rana.

Le sonrió, pero rápidamente recupero la seriedad y siguió hablando para que no hiciera más preguntas.

-El bosque es demasiado peligroso ahora mismo, incluso para mi, a veces tenemos que tomar decisiones que son difíciles de entender, pero vamos a hacer un trato-un asomo de sonrisa-Te llevo de vuelta al pueblo, no me vuelves a seguir y yo a cambio pienso en cómo puedes ayudarme la próxima vez. Pero además, a parte de eso-levantó la cabeza poco a poco hacia un árbol, mirando la copa y esperando que Dag hiciese lo mismo-te enseño cómo de bonitas son las vistas desde ahí. ¿Qué me dices?

Dag no se ríe con la broma, ni parece satisfecho con tu propuesta.

-No, no hay trato. Voy contigo.

La sonrisa de Bedelia se apagó, y esta vez incluso parecía algo enfadada. Consciente de que un "no" directo sería inútil y que tampoco podía, al menos de momento, obligarle a regresar a Sültunge (¿Dónde le dejaría? ¿Cómo evitaría que no volviera a seguirla?) decidió, sintiendo cierta animadversión hacia si misma, chantajearle.

-​Entonces quieres venir conmigo, ¿no? Y si te pasa algo y mueres, ¿qué le diría al pueblo? ¿Tendría que volver con tu cuerpo y decirles a todos que te dejé venir conmigo y fui una irresponsable? ¿Querrías que me juzgaran y que me ejecutaran? Y ya no soy sólo yo, ¿qué pasaría con Ashe y los demás? ¿Te gustaría que tuvieran que sufrir tu muerte? ¿Serías capaces de hacerles eso?

​Aquella conversación no podía prolongarse indefinidamente, y cuanto más cambiase de táctica más rápido se adaptaría Dag. Lo único que tenía claro es que no podía llevarle consigo, si debía avisar a Ashe y que ella cuidara de él, aunque fuera a costa de la ira del muchacho...Por lo menos estaría a salvo.

Los ojos de Dag se humedecen.

-Pero... ¡No es justo! ¿Y qué pasa si tú mueres? No conoces estos bosques, te perderás. ¡Estabas tirando bolas de nieve a unas piedras!

Arrinconado, empieza a retorcerse las manos con nerviosismo, con un gesto infantil característico que poco o nada insinúa el rastro del poder que antes intuiste en él.

-No se lo diremos a Ashe. Y no me pasará nada, tú me protegerás. Si viene la criatura, correré, lo prometo. Te he hecho caso, no he ido a por ella. ¡No me enfrentaría a ella!

Parece ir quedándose sin argumentos, porque tras unos segundos baja la mirada. Logra contener las lágrimas a duras penas.

-Por favor. Yo podría ayudarte. Podría ayudarles a todos. ¿Por qué nadie confía en mí?

-Bedelia se arrodilló junto a él y le puso las manos en los hombros, ignorando el pinchazo de culpabilidad que sentía en el pecho y el frío que le caló las piernas.

-​Confío en ti, pero tú también tienes que confiar en mi aunque ahora no lo entiendas. Cuando vuelva, hablaremos sobre cómo puedes ayudarme, te lo prometo. Y esta vez de verdad, ni cuando crezcas, ni cuando seas mayor. A corto plazo. Pero te lo repito, tienes que confiar en mi.

​​Le apretó los hombros y se levantó, lista para llevarle de vuelta al pueblo. Pero antes de eso, se acercó hasta donde estaba el árbol de la trampa y lo marcó con una señal distinta a las que había usado para orientarse.

Dag baja la mirada, sin poder contener las lágrimas por más tiempo. No responde. Nada más girarte para marcar el árbol, oyes como sale corriendo.

-¡Dag!

Bedelia salió corriendo tras el y le alcanzó sin apenas esfuerzo, agarrándole el brazo (pero sin obligarle a girar, creía que verle llorar sería violento para él).

Suspiró y rebuscó en uno de sus bolsillos hasta que sacó un pañuelo muy bien doblado.

-Mira, se que para ti es difícil, pero tienes que tener paciencia-del pañuelo sacó un pequeño anillo y se quedó mirándolo un instante con expresión melancólica-esto es muy, muy, muy importante para mi, representa la unión que tengo con otra persona y la promesa de volver a verla.

Con cuidado, depositó el anillo en la palma de Dag y cerró sus deditos sobre él.

-Se que no es el tipo de confianza que esperas, pero te estoy dando algo muy valioso y sólo tú vas a encargarte de protegerlo. Este anillo me ha acompañado durante todo mi viaje y siempre lo guardo a parte, por si le pasa algo a mi mochila. Ésto es todo lo que creo en ti.

Le miró con seriedad a los ojos.

-¿Vas a confiar tu en mi?

Dag, que intentaba retorcerse ante tu agarre, se detiene sorprendido cuando le hablas del anillo. Cuando lo pones en su puño, lo mira durante unos segundos, como si intentara encajar las piezas de un rompecabezas que no entiende. Es dudoso que, en ese pueblo, hayan oído alguna vez de la importancia de aquel símbolo marital. Pero a pesar de ello, el niño es capaz de resonar con tu explicación, a un nivel muy básico al que los niños acceden con más frecuencia que los adultos, y sin apenas saber lo que implica puede llegar a comprender, en cierta medida, su importancia. Tras unos instantes, te mira con los ojos todavía húmedos por las lágrimas.

-... Sí.

Se seca las lágrimas con una manga.

-No... No quiero que muera nadie más, Bedelia... -sus ojos amenazan con llorar, pero contrae el rostro y lo evita, avergonzado-. Prométeme que me dejarás ayudarte. Ayudarte de verdad.

Bedelia sonrió con tristeza.

-No puedo prometerte que no vaya a morir nadie más, pero si te aseguro que voy a hacer todo lo que esté en mi mano para evitarlo.

Le puso una mano en la cabeza y fue plenamente consciente de todo lo que quería a aquel chico, incluso sin apenas conocerle.

-Cuando termine hablaremos sobre lo que puedes hacer, creo que no tardaré mucho. ¿Te parece bien?

Dag asiente.

-No soy tonto. Sé que no podemos salvar a todos. Solo quiero... Que me tengáis en cuenta.

Parece satisfecho con tu respuesta. Sin embargo, en el último momento parece pensárselo mejor y te ofrece su mano.

-En el norte los pactos se cierran con un apretón -dice, mirándote a los ojos con determinación.

-¡Oh!

Bedelia parecía contenta de aprender una costumbre nueva. Sin dudarlo apretó la mano del pequeño.

-Entonces parece que ahora tenemos un pacto.

Sin dejar de sonreír se levantó y se sorprendió una vez más de la enorme madurez que presentaba Dag teniendo en cuenta su edad. No sería una gran persona, ya lo era.

-Andando pues.

Comenzaron a moverse con Dag guiando el camino. A pesar de las marcas que había hecho en los árboles y que de vez en cuando veían (no tanto como le gustaría debido a la tormenta) era el muchacho quien conocía aquel bosque así que él era quien llevaba la voz cantante. Durante el camino Bedelia preguntó varias cosas sin importancia sobre el pueblo y su gente, más para mantener una conversación desenfadada que por verdadero afán de información. Al final, cuando llegaron al límite del bosque, la sureña decidió que era mejor no adentrarse más.

-Me quedaré aquí.

Observó en silencio cómo el muchacho salvaba la distancia desde la linde donde se encontraba hasta el pueblo para asegurarse de que no había ningún problema. Girándose, volvió a internarse en aquel páramo, confiando en poder soportar el frío.

El camino de vuelta se hace pesado, sobre todo porque el frío empieza a introducirse en tus huesos, cada vez más profundo. Pero no puedes volver sin nada: No podéis permitiros perder tiempo. Así que avanzas de nuevo, contra nieve y ventisca, buscando el refugio de los Yormef que es tu punto de referencia. Gracias a tu buen sentido de orientación y a lo reciente del rastro, puedes encontrarlo sin problemas, y llegas allí con rapidez.

Estás intentando decidir que dirección tomar a continuación cuando lo sientes.

Al principio, un simple escalofrío, casi inadvertido, que destaca entre los ya rutinarios estremecimientos y la sensación de malestar general que causan la ventisca.

Acto seguido, una extraña sensación que te recorre la columna vertebral, casi una intuición de que algo va mal.

De repente, la certeza de que la ventisca parece estar animorando, como si ofreciera una breve tregua. Si pudieras considerar, por alguna razón loca y absurda, que la ventisca es en realidad una entidad en sí misma y no un simple suceso meteorológico, casi podrías afirmar que está conteniendo el aliento. 

Mientras tu adrenalina se dispara, una nueva señal: El frío. Ese frío, tan característico, tan distinto a cualquier otro, acompañado de una capa de escarcha que empieza a cristalizar la nieve a tu alrededor. Un frío maligno, primario, antiguo, irracional y casi vivo, un frío que te hace encogerte. Un Frío con mayúsculas. El frío de la muerte. El frío de la bestia.

En último lugar llega aquel horrible sentimiento de vulnerabilidad. Expuesta, intentas encajar en tu cabeza lo que tu mente ya sabe: Estás siendo observada. Por un corto y fugaz momento, casi guardas la esperanza de que todo sea una equivocación. De que Dag te haya seguido. De que alguno de los hombres del pueblo haya decidido salir a cazar. De que Saga haya tenido la misma idea que tú. De que aquella mirada de cazador, aquella presencia que te acecha, no sea lo que temes. Pero mentirse a uno mismo es complicado, y tu mente no tarda en confirmar lo que tu subconsciente ya sabe.

Allí, en la distancia. Brillando en la ventisca.

Y allí estaba.

Su primera emoción fue miedo, un miedo terrible e inenarrable que paralizó cada fibra de su ser. Incluso esperando aquella situación no hacía que estuviera mejor preparada para el encuentro, era el miedo de ser una presa, un ratón acechado por un búho más poderoso que él. Una pequeña criatura luchando contra algo que jamás debió existir, volcando todos sus esfuerzos en invertir la cadena alimenticia.

Pero lo aplacó. Pensó en Saga, en Jostein, en Dag, en sus padres y en Frederick. Pensó en todos aquellos que esperaban su regreso, y entonces sintió ira. No era el momento ni el lugar, pero acabarían con ella.

El único motivo por el que había iniciado aquella travesía por el bosque sola y sin avisar era porque creía que podía escapar. Era rápida, era ágil y lo aprovecharía tan bien como pudiera. Durante unos segundos miró a los ojos de la bestia, ojos que un tiempo atrás la aterraron pero que ahora simplemente la asqueaban. La miró, desafiante. ¿Quería jugar?

Jugarían.

En un rápido movimiento se dio la vuelta y comenzó a correr tan rápido y tan fuerte como sus piernas le permitían, pero teniendo mucho cuidado de no dirigirla hacia el pueblo, incluso si eso suponía internarse de lleno y sin guía en el bosque. Buscó cada rama baja lo suficientemente fuerte para impulsarse, cada piedra en la que poder saltar y cada frondosidad por la que perderse. Aprovecharía la pequeña ventaja que tenía sobre ella. Sobreviviría.

Huye.

Corre, corre, corre como alma que lleva el diablo. La bestia te sigue, avanzando entre las rocas y arbustos como si volara a través de ellos, con tanta facilidad como un depredador perfecto, creado para matar. A pesar de tu agilidad, sientes como el frío se acerca, y tu voluntad amenaza con flaquear...

Tu corazón late a cien por hora cuando llegas a la parte superior de una roca, cubierta por el hielo. Casi resbalas, pero en el último momento logras agarrarte a un tronco cercano y evitar la caída. Histérica, miras hacia delante, descubriendo una bajada pronunciada que cae hacia un pequeño hoyo cubierto de piedras y nieve virgen. Al otro lado del hoyo, de nuevo tierra estable por la que continuar con la carrera. Deberás cruzar con cuidado, pero una vez arriba, podrás volver a esprintar... Si es que esa cosa no te ha alcanzado ya.

Sin embargo, en una fracción de segundo tu mente se detiene, elaborando frenética una alocada estrategia con la que abordar ese escoyo. Allí, colgando a varios metros por encima del hoyo, a cierta distancia, hay una rama. Lo suficientemente gruesa para soportar tu peso, un buen salto desde tu posición te ayudaría a impulsarte hasta el otro lado... Evitándote los preciosos segundos que perderías allí abajo. Por desgracia, no puedes coger carrerilla, y no estás segura de poder cubrir esa distancia de golpe.

Sientes la respiración de la criatura, fría, helada, terrible, detrás de ti. Cada vez más cerca. No hay tiempo para detenerse a pensar.

Más rápido, ¡más rápido! Aprovecha el entorno Bedelia, ¡piensa!

Y entonces lo vió, no sólo una rama, una muy buena oportunidad. Sin pensar demasiado en todo lo que podría salir mal, saltó. Los segundos que pasó en el aire transcurrieron a cámara lenta, y durante ese instante creyó que no lo conseguiría. La angustia amenazaba con dominar, pero entonces sus pies se posaron suavemente sobre la rama y se atrevió a lanzar una fugaz mirada hacia su persecutor. Había ganado distancia, pero todavía quedaba trabajo por hacer.

Sintiendo el corazón bombeando con fuerza, reanudó la huída.

En cierto momento, te giras para comprobar como la criatura, que ha perdido un tiempo muy valioso en el hoyo que tú saltaste con facilidad, reaparece en una furiosa explosión de nieve. Parece que has conseguido poner un poco de espacio entre los dos...

Es quizás el súbito destello de esperanza, o el breve despiste al girar la cabeza, el que te impide ver la rama que se estrella en tu cara y pecho, golpeándote como un trueno y lanzando astillas al aire en el impacto.