Y así trascurrió una mañana más en la Sala Atenea. Si bien todavía quedaba trabajo por hacer, este le correspondería a la siguiente generación. Sin saberlo, los investigadores allí reunidos habían comenzado a sentar los cimientos de lo que, en los años venideros, sería conocida como La Fundación Wilmarth: una organización encargada de mantener a raya a las diferentes sectas como a las que se habían estado enfrentando aquellos meses.
Entre risas, Samuel sugirió emplear el símbolo grabado en aquella piedra que le había salvado la vida en Newburyport y que el profesor Shrewsbury identificó como «signo arcano». El exboxeador sintió alivio al tocar aquella roca y no notar ni el más mínimo malestar. El ritual había sido un éxito.
Del culto que se había originado en su nombre —o, más bien, en nombre de su «otro yo»—, apenas quedaban algunas cabezas que terminaron en manos de la policía. Malachi Crowell, el abogado de la familia Carrington se ofreció a defender a aquellos muchachos, pero lo que más sorprendería a Samuel sería la oferta de ayudar a aquellos descarriados del barrio a volver al buen camino creando un equipo de baseball penitenciario que él mismo dirigiría.
La vida le sonrió por fin a Samuel, ahora que le quedaba una larga vida viendo crecer a su hijo.
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Maxwell siguió visitando al profesor Laban Shrewsbury, interesado en sus investigaciones. Solía ayudarle tanto a él como a la nueva fundación de Armitage con la información que obtenía gracias a su trabajo como reportero.
A modo de pequeño apéndice de aquella Fundación, surgió el club de la llave de plata, que empleaba aquel pequeño y discreto café homónimo para sus reuniones. Allí, Maxwell discutía la nueva información obtenida junto a Marie Kowalsky y Roberta Henry. Tras unas cuantas averiguaciones, no tardaron en descubrir que aquel lugar lo regentaban herederos de los cazadores de brujas de Newburyport —que también dirigían la Liga de aficionados a la astronomía de Nueva Inglaterra— y habían protegido el local con signos arcanos y hechizos similares a los de la espada de Alexander.
El club de la llave de plata terminó desenmascarando toda la red de sectarios que operaban en la sede de Helping Hands de Arkham. Si bien Roberta había dado el golpe de gracia, los tres siguieron descubriendo partes aún más enrevesadas de aquella trama: desapariciones, asesinatos, extorsión a negocios locales, contactos con el crimen organizado… Todo un horror, pero, al mismo tiempo, una delicia periodística.
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La siguiente reunión en la Sala Atenea fueron para invitar al resto de doctores, profesores e investigadores al bautizo de la primera hija de Abigail y Alexander. A esta reunión acudió también Dorothy Mort, que al enterarse de la noticia había regresado de sus vacaciones en Hawaii junto a su marido.
Pese a sus nuevas ocupaciones como padre, marido y heredero del imperio Carrington, Alexander siguió contribuyendo generosamente a la Fundación, haciendo muchas veces de enlace con agrupaciones que podían estar interesadas en colaborar en la lucha contra las sectas que adoraban a seres más allá de las estrellas.
Un ejemplo palpable fue el creciente culto hacia Alexandra De Sela, que no paraba de extender sus retorcidos tentáculos por ambas costas de Estados Unidos. Dado que la mayoría de sectas se habían debilitado tras las múltiples guerras en la búsqueda por la caja roja, habían logrado prosperar en la sombra ocupando los vacíos de poder.
El detective Patrick Kavanagh volvió a aparecer años después, como líder en la sombra de la secta que había iniciado Alexandra, que ahora no era más que un recipiente para El Hombre Negro.
James Sheridan y Moses Kowalsky siguieron ayudando también a la Fundación. James con sus contactos con el gobierno y Moses estudiando los nuevos ejemplares que traían los miembros más jóvenes en un laboratorio secreto de la facultad de Biología de la Universidad Miskatonik —y que, por supuesto, terminó siendo la comidilla del campus a través de escabrosas leyendas urbanas—.
De los Medialuna y su secta no volvieron a saber nada. Al parecer, en España estalló un golpe de estado que derivó en una cruenta Guerra Civil. Algunos de los miembros más jóvenes de la nueva Fundación viajaron a Europa para evitar que aquella falsa denominación cristiana emplease poderes sobrenaturales sobre civiles inocentes. Pese a que los nacionales terminaron ganando, lograron terminar su misión con éxito solo para darse de bruces con Ahnenerbe, la sociedad secreta nazi que buscaba artefactos de los Mitos. Al parecer, los Medialuna tenían fuertes conexiones con aquella organización y pretendían extender aquella ponzoña también en ultramar.
Por suerte, la Fundación Wilmarth y los investigadores que ayudaron a que tomase forma seguirá ojo avizor para que el futuro más funesto que profetizaban los documentos de Henry Armitage nunca lleguen a cumplirse.
[FIN DE LA CAMPAÑA]