Hacía una noche maravillosa. Para ser septiembre, el cielo estaba excepcionalmente despejado y lucía su habitual manto de estrellas. Los faros del Velvet rivalizaban con la luz plateada de la luna por iluminar los edificios de Arkham.

Apenas había gente por la calle y el Miskatonic fluía tan en calma que su superficie parecía un espejo. Carrington casi podía sentir el tacto del edredón de plumas, las sedosas sábanas. Había sido un día largo. Todavía quedaban cabos sueltos y no podía dejar de preocuparse por el bienestar de Abigail. No obstante, lo único que le preocupaba en ese momento era regresar a su habitación y descansar hasta el día siguiente. Además, su prometida se había marchado de la ciudad. ¿Qué podría ocurrirle?

Antes de que pudiese distinguir la majestuosa silueta de Carrington Manor, Alexander vio las luces. Había varios coches patrulla y una ambulancia aparcados en la entrada de la mansión familiar. Su madre, Elisabeth, y su padre estaban en la puerta, abrazados. También reconoció a la criada, que enterraba el rostro entre las manos. Uno de los agentes de policía trataba de consolarla.

Algunos operarios llevaban a un cuerpo en una camilla. A pesar de la manta que lo cubría, Carrington pudo ver la sangre en su cabeza.

Un agente le dio el vehículo y le indicó que bajase la ventanilla. Por detrás, se le acercaron otros dos.

—¿Es usted Alexander A. Carrington? —preguntó con tono neutro.

La tranquilidad que sentía Alexander conduciendo de noche camino a casa era uno de esos momentos de placer que le asaltaban en momentos de preocupación y le permitían liberar su mente. Comenzaba a refrescar y esa sensación le relajó, llevando su mente hacia su prometida; no había llamado a Abigail, mañana por la mañana lo haría antes de salir hacia la Universidad para escuchar su dulce voz.

De repente unas luces le sacaron de su ensoñación, algo trágico había ocurrido y aunque respiró tranquilo al ver a sus padres no pudo evitar preguntarse quién iba en aquella camilla. Paró el vehículo cuando el agente se acercó hasta él: Sí, soy yo ¿Qué ha sucedido? ¿Quién va en esa camilla?

Ante la respuesta afirmativa, Carrington vio cómo dos de los policías tensos. El agente que se había acercado permaneció impertérrito frente a él y se limitó a ladrarle las orden:

—Salga del coche con las manos en alto, señor Carrington. Queda usted arrestado por el asesinato de Horace Walsh.

Mientras esperaba a que saliese del coche, el agente continuó hablando. El mundo parecía haberse detenido. Carrington se dio cuenta, por primera vez, del frío que hacía aquella noche.

—Le advierto de que todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra*.

La mirada del agente le atravesaba como un estilete. Apenas pestañeaba. No había triunfo en su expresión, mucho menos congoja, agresividad o cualquier otra expresión que no fuese aquel frío tono autoritario. Cuando tuvo el oído de Alexander cerca, susurró una última frase que el pobre Carrington tuvo que esforzarse en oír a través del tintineo y chasquido de las esposas.

—La señorita Smallidge y el señor Wilken le envían saludos, señor Carrington.

Casi respiró aliviado al escuchar el nombre del fallecido ¿quién era Horace Walsh? ¿Un pariente de Diamond Walsh? Miró a sus padres: ¡No he sido yo! - les gritó mientras levantaba las manos. Esta vez era un ataque directo, lo prefería...no quería que nadie más sufriese por lo que estaban haciendo pero su madre sufriría al verle arrestado.

Se tensó cuando el agente se acercó para darle el recado, así que Wilken y Smallidge trabajaban juntos y habían decidido actuar contra él...¿o contra ellos? Aunque la vez anterior solo amenazaron a Abigail era probable que esta vez extendieran su "mensaje" a todos sus compañeros de investigación...necesitaba avisarles pero antes tenía que mover la maquinaria para limpiar su nombre y el de su familia.

- Quiero que avisen a mi abogado, dijo en un tono de voz autoritario y lo suficientemente elevado para que le escucharan todos los de alrededor sin ponerse a gritar, conozco mis derechos.

—Avisaremos a su abogado, no se preocupe. Ahora súbase al coche —dijo, conduciéndole al coche patrulla.

El tacto frío de las esposas le sentó como un yunque: pesado, crudo y amargo.El policía le llevó con suavidad y le indicó los asientos de atrás del coche patrulla.

Una vez arrancaron, Alexander contempló cómo Carrington Manor se hacía cada vez más pequeña en el horizonte. Su padre parecía más ofendido con las autoridades que defraudado. Su madre… Jamás olvidaría la mirada de su madre*.

El agente que conducía ya peinaba canas, y no tenía nada que ver con el hombre que le había susurrado el nombre de Zora Smallidge minutos antes. Este lucía un bigote espeso y tenía aspecto de esperar con ilusión el inminente retiro para poder pasar más tiempo con sus nietos.

—No nos gustan los justicieros, señor Carrington, pero debo serle sincero. Por mi parte, y creo que hablo en nombre de casi todo el departamento de policía de Arkham, le estoy agradecido por pararle los pies a ese desgraciado. Llevábamos un tiempo detrás de esa comadreja de Diamond. Lamentablemente, no creo que en prisión se lo tomen demasiado bien.

Al percatarse de que tal vez le estaba pintando las cosas demasiado mal, decidió consolar a Alexander.

—Pero no te preocupes muchacho. Las primeras 72 horas antes de la vista con el juez, las pasarás en un calabozo de nuestra comisaría. Me aseguraré de que no te toquen.

El resto del camino se la pasó en silencio o mirando amargamente por el retrovisor, dedicándole alguna que otra expresión de lástima.