Partida Rol por web

A petición de Jeb, localizaron una carretilla para trasladar a Clemens. Parecía del barrio chino, pero le servía. Mientras Zack se preparaba para dirigirse a la multitud, Gerardo se alejó del lugar del tiroteo. Por el camino se cruzó con el doctor Sebastian Callahan, viejo conocido de Jeb.

La tienda parecía la mejor opción para el traslado de Uriah Clemens.

La Hacienda y el saloon Broken Boot se hallaban en la misma Main Street, pero en la otra punta. El señor Yeates, Ridgeway y algunos hombres más se interponían en el camino de Gerardo.

Tenía que pasar desapercibido...

La sangre le subió a la cabeza a Isaac cuando vio el estado en el que sacaron al pobre Clements. Solo unos malnacidos podían tratar así a un anciano. La mano se dirigió lentamente hacia su revolver pensando en rematar a los desalmados que habían hecho eso, pero se lo pensó mejor y se limito a darle un patada en la cabeza a Allison.

- No merecéis que gaste mas de una bala en vosotros.

Escupió sobre el cuerpo de Allison y se giró hacia sus compañeros que estaban llevando como podían al viejo.

- Llevad a Clements a la tienda y encargaros de que reciba atención médica. Intentaré que esto no se convierta en un baño de sangre.

Entonces su mirada se dirigió hacia los que se acercaban por la calle principal y a los vecinos que se iban asomando a ver que pasaba. Y con voz fuerte para que todos pudieran oírlo comenzó:

- Estos malnacidos no son hombres de ley. Son asesinos y maleantes que se han dedicado a dar una paliza de muerte a un pobre viejo. Y seguramente también son que han matado al Sr. Mortimer - dijo señalando a los que estaban en el suelo - Ya habéis visto que intentamos que nos dejasen entrar a ver al viejo Clements, pero abrieron fuego por que no podían dejarnos ver lo que le habían hecho. Lo que le han hecho no lo hacen ni los perros salvajes...

Entonces alzó el brazo apuntando hacia el general Yates y el sheriff que se acercaban hacia ellos.

- Pero los perros no son los culpables. Los culpables son los amos que sujetan la correa y esos amos vienen ahora por esta calle hacia aquí. Si dejamos que esta gentuza haga lo que quiera en Judas, la próxima vez podéis ser cualquiera de vosotros los que se encuentre en la situación del viejo Clements. Igual le interesa tu casa o un terreno tuyo y deciden que la mejor forma de obtenerla es una paliza. Ha llegado el momento de que la gente de Judas se plante y diga, ¡basta!

Inspiró lentamente y enfundó su revolver. Nunca había entendido el sentido de la gente que se sacrificaba por los demás, el siempre había buscado su propio provecho y placer. Pero a veces llega un momento en el que entiendes ciertas cosas...

- No hemos hecho nada malo salvo salvar a un hombre al que casi matan de una paliza. Y no pienso huir de esa gentuza, si alguien está conmigo le animo a unirse. Pero pienso seguir defendiendo Judas de esa clase de gente aunque tenga que hacerlo yo sólo - dijo cruzándose de brazos mientras esperaba que se acercara el general y su séquito.

Un silencio prolongado siguió a las palabras de Rubenstein. La gente no sabía a qué atenerse. La imagen de Clemens malherido tumbado encima de la carreta de los chinos les había impactado. Pero también había varios hombres heridos, y al menos uno muerto. Todos con la placa de ayudantes de sheriff.

Ridgeway llegaba con Yeates y Gabby Burton. Y la mirada del recién nombrado sheriff no dejaba lugar a dudas. Estaba rabioso...

Gerardo avanzó pegado a los edificios por la Main Street para no cruzarse con los que llegaban por la calle First. Su intención era abandonar la calle principal para subir por la Second Street hasta Peacock. Pasó por delante del banco y dobló la esquina. Y casi se chocó de frente con una chica que se ocultaba entre unos barriles entre el burdel de Alabaster Moon y la consulta del doctor Callahan.

-Qu-Qué... ¿Quién eres?, preguntó la chica. Parecía asustada. -No estaba fisgoneando..., contestó a la pregunta que nadie le había formulado.

-¡ASESINOS! ¡MALDITOS PERROS! ¡OS MATARÉ A TODOS Y A CADA UNO DE VOSOTROS! ¡A LA HORCA!, gritaba Ridgeway y apuntaba con el dedo acusador por encima de la multitud, pero sin sacar su arma. A pesar de su rabia, era capaz de esperar a tener las cartas a su favor. -¿Dónde están mis hombres?, preguntó.

Contaba con tres ayudantes, pero buscaba a más efectivos de su pequeño ejército.

Yeates miró de reojo a Gabby Burton. El agente del ferrocarril era un hombre recto y serio. Un hombre honrado. El proyecto que tenían Yeates y Bordeaux para Judas Crossing dependía en gran medida de poder mostrarse como una ciudad de ley, y poder así anexionarse a un estado federal.

Un tiroteo así no daba buena imagen del pueblo. No obstante, era peor la impunidad. El General tenía la mirada perdida, y no sabía cómo reaccionar. Le daba la sensación de estar caminando sobre el filo de una navaja.

De entre la multitud, un hombre alzó su voz. No era un líder de una facción. Ni simpatizaba con ninguno de los hombres que habían asaltado la oficina del sheriff, más bien lo contrario.

-¡Basta!, gritó Kyle James. Junto a su hermano Owen llevaba los establos más importantes de Judas Crossing. Era un hombre extremadamente religioso, y miembro de la facción de Yeates. -No más muertos. No hoy, imploró a los presentes. La noticia del asesinato de Mortimer Harnden, su competidor, le había afectado. Y ver ahora a los alguaciles y al viejo Clemens no hacía sino empeorar la sensación de que la ley había abandonado Judas Crossing. -¡Dejad trabajar al Doctor Callahan! Y dejad que se lleven a Clemens. Luego habrá tiempo de hacer justicia, pero con un juez y un jurado, y ante los ojos de Dios Todopoderoso.

La atención de las gentes de Judas Crossing se centraba en el enfrentamiento, de momento verbal y de miradas, entre Isaac Rubenstein y Yeates. El discurso de uno y el silencio del otro. Los aspavientos de Ridgeway y las palabras de James también impactaron, hasta el punto que Jeb, Nathan y Morgan terminaron de colocar a Clemens en la carretilla y tenían el camino despejado para llevarlo hacia la calle Peacock y la tienda de Zack.

Gerardo podía oír los discursos, y el griterío desde donde estaba. El ambiente estaba caldeado y a punto de estallar, pero aún no lo había hecho. Apenas se fijó en la muchacha que había escondida tras los barriles incluso tras chocarse con ella.

—Me vale verga lo que estuvieras haciendo, simplemente quita de en medio y déjame pasar...

Le dijo secamente con rudeza. Se abrió paso, cogiéndola del brazo y apartándola a un lado si hacía falta y se alejó andando hacia su destino, mientras murmuraba.

—Pendeja fisgona...

-Vamos, amigo. Aqui irás de lujo, como un rey francés, no te quejes-dijo Jeb mientras subían al viejo Clemens a la proverbial carretilla que habian encontrado-.

Una vez subido allí, el traslado fue mucho más sencillo y menos tortuoso para el herido.

-Será mejor darse prisa por lo que pueda pasar. Uno que tire desde delante y los otros dos desde atrás. Con brío, pero sin carreras, no se nos vaya a caer abajo. 

-Buena idea Señor Broud.

Comentó Nathan con la idea de buscar una pequeña carreta para llevar a Uriah. Después ayudó a colocarlo con cuidado en ella mientras echaba un vistazo desconfiado con la llegada del Sheriff y su mano apoyada en la culata de su revólver. El estado de Clemens y que parecía que la gente no estaba dispuesta a permitir otro baño de sangre le hizo volcarse en el traslado del herido.

-Vamos, pongamos a salvo al señor Clemens, si no pierdo de vista a esta gente me va a ser muy difícil no desenfundar.

Esperaba que el médico pudiera salvarlo porque se encontraba muy malherido. Aquellos malnacidos debían pagar y seguramente conociendo a Rideway no les faltarían motivos, no iba a dejar que aquello quedara así.

-De hecho, si se encargan ustedes dos de llevar a Clemens, voy en busca del Doctor Callahan. Demostró una gran capacidad para recuperar a Stitch. Tiene llave ¿verdad, señor Ollerton? Bueno, mire, no se preocupe. Tome la mía. En un rato estoy allí.

Dicho esto, Jeb apuró el paso en busca de la consulta del Doctor Callahan. Callaham estaba al servicio de Cashpaw y parecía que en este momento, gozaban de su favor. No sería difícil conseguir su ayuda. 

Inevitablemente, se acordó del Doctor Rayne. 

Doctor Sebastian Callahan era un hombre respetado en Judas Crossing. No pertenecía a ninguna facción, o pertenecía a todas, según se miraba. Atendía a cualquier herido o enfermo, aunque era cierto que Cashpaw y sus negocios eran su mejor cliente. Por otra parte, los Lobos Negros rara vez le llamaban, ni siquiera ahora cuando varios de sus miembros más destacados habían resultado heridos cuando un grupo de confederados había atacado el Fuerte Lobo. Los mejicanos tenían sus matasanos y curanderos, y los servicios del Doc Callahan no eran baratos.

Llegó al lugar desde su consulta en la Second Street, cerca del banco. Su prioridad desde el primer momento era atender a los heridos de bala. -Dejad paso, instó y colocó su enorme maletín de médico en el suelo de tierra junto a uno de los ayudantes del sheriff.

Entonces miró por encima de sus gafas a Jeb. -Iré a ver a Clemens en poder, le prometió.

No se sentía cómodo dejando a Rubenstein atrás, pero su don de gentes y su carácter de "héroe" en Judas podrían garantizarle alguna seguridad. Por otro lado si terminaban siendo apresados estaba seguro de que nadie le plantaría cara a Ridgeway como acababan de hacer.

Su prioridad en ese momento era rescatar a Clemens...y la información que pudiera tener. Los hombres del Sheriff eran sin duda patanes ignorantes, pero Ridgeway era movido por hilos finos y precisos, estaba seguro de que la captura y posterior "interrogatorio" del anciano no habían sido arbitrarios. Y eso por no pensar en todo el asunto con Mortimer, sin duda había algo más, algo que querían conseguir. Y Morgan sabía que la ambición de algunos podían propiciar su propia caída.

Empujó el carro tratando de llegar lo antes posible a la relativa seguridad de la tienda, cuidando siempre de lo que restaba de la integridad del herido.

Gerardo llegó por fin al saloon Broken Boot. Allí se encontró con el barman Greg Tanner y solo un puñado de clientes que habían decidido seguir con la partida de cartas a pesar del tiroteo que se había escuchado. No vi a ninguno de los Lobos, y Greg le comentó que algunos estaban aún recuperándose de las heridas y otros muchos habían partido desde Fuerte Lobo para perseguir a los confederados que habían asaltado la base del señor Ortega.

Quedaban pocos pistoleros pero sí algún que otro simpatizante. Greg le prometió a Méndez contactar con los que conocía para hacer correr la voz, y que le buscaran en la tienda o en los Establos.

El incendiario discurso de Rubenstein había propiciado una situación de calma tensa, o de tablas. Personas de distintas facciones e intereses sopesaban los hechos y las consecuencias. Nadie quiso tomar la iniciativa. Aún no. Eso les permitió a Jeb, Morgan y Nathan pudieron llevar al Viejo Clemens hasta la tienda. Por otro lado, Gerardo se había marchado a buscar a los Lobos. Ninguna facción se iba a quedar al margen de aquellos sucesos. Se había disparado a hombres de la Ley, pero no solo eso. También eran los representantes de un progreso, de un nuevo horizonte para Judas Crossing que levantaba muchos recelos en mucha gente del pueblo.

De lo que no había duda era de que aquel tiroteo iba a tener repercusiones.